El otro día, mientras estaba trabajando desde casa, muy concentrada en mis tareas, tuve un impulso de querer mirar la hora, cuando percibí de manera sorpresiva, que no tenía mi reloj de brazo puesto. Me llamó la atención al principio, porque yo era de esas personas que vivía con el reloj en la muñeca; y si no lo tenía, me angustiaba bastante porque sentía que no podría calcular el tiempo que me llevaría cada actividad. Sin haberme percatado antes, había pasado varias semanas sin el reloj en mi muñeca. Obviamente esta situación me impactó bastante, ya que mirar el reloj era un hábito cotidiano en mi vida.
A partir de ahí me pregunté muchas veces qué cambió en mí, y por qué un hábito tan rutinario desapareció sin siquiera haberme dado cuenta. Entre todas las preguntas que me hacía, se iban asomando una inmensidad de respuestas que me dejaron un poco sorprendida, y caí en la cuenta de que no solo cambió la obsesión que tenía por llevar mi reloj puesto, sino que también cambió la concepción que yo le daba al tiempo.
Sin haber sido del todo conciente, el reloj, como objeto transportador del tiempo, había dominado mi vida, se había vuelto una parte inseparable de mi cuerpo. La rutina diaria y el correr de acá para allá, se había vuelvo algo natural y normal. Estaba acostumbrada a correr al trabajo, a la facultad, al gimnasio, y a la salida con amigos. Estar pendiente del tiempo que me demoraría cada actividad era un hecho, y calcular los horarios que me ocuparían los viajes hacia el lugar de la actividad también lo eran. Cuando hablo de calcular el tiempo, me refiero, a estimar cuánto tardaría en esperar el colectivo, el viaje, con todo lo que ello implica, como las manifestaciones, los cortes, y los desvíos. Y no solo eso, sino también estimar las cuadras correspondientes que debería caminar una vez bajada del colectivo, no olvidando llegar en condiciones presentables para participar de la actividad.
Seguramente habrá personas que se hayan sentido identificadas con la historia, la idea de contarles mi situación es para llevarlos a pensar sobre algunos conceptos que damos por obvios, pero no lo son.
Ahora bien, llevémoslo al paradigma "tiempo" que se vio afectado, claramente mi concepción mental sobre el tiempo ya no es el mismo. Ahora ya no tengo las mismas prioridades ni las mismas necesidades que tenía cuando obligatoriamente debía llegar a un lugar a un determinado horario. Ahora no necesito controlar ni calcular el tiempo porque conectarme a la actividad me lleva tan solo 1 minuto.
Hoy no tengo necesidad de mirar la hora para llegar, hoy tengo necesidad de mirar la hora para vivir.
La idea de transmitirles mi experiencia, tiene que ver no solo con el concepto del “tiempo”, sino con entender que la cuarentena nos obligó a cambiar los paradigmas sobre muchos constructos que teníamos instaurados como verdades inmodificables, y creíamos que era la única forma de hacer.
Hoy nos damos cuenta, que nada es inmodificable, y que todo puede cambiar según la necesidad y la prioridad que le demos a las cosas.
Pensar fuera de la caja, es decir, salir del paradigma que está instaurado, y pensar otras formas de hacer, trae resultados positivos y nos abre un abanico de posibilidades que antes no lográbamos ver.
El COVID-19 nos obligó a detenernos, dejar de correr para sentarnos a pensar lo que realmente es importante para nosotros, y valorar las cosas de una manera diferente. Para algunos, será un momento de reflexión, para otros será un cambio o una oportunidad para comenzar algo distinto.
Yo lo vivo como el comienzo de un nuevo ciclo, el comienzo de pensamientos, emociones y acciones que nos permitirán modificar el rumbo y hacer algo distinto. De las dudas nacen las certezas, de estos nuevos pensamientos nacerán los movimientos que impulsen nuestro crecimiento personal, profesional y social.
“Sé el cambio que quieres ver en el mundo” Mahatma Gandhi
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